El impacto del abuso emocional, el sentimiento de ser una carga o no ser querido, causa profundas cicatrices tanto en la niñez como en la edad adulta. Desde una edad temprana, la falta de sensibilidad y disponibilidad emocional de los cuidadores puede ser más amenazante para el desarrollo de una autoimagen segura del niño que los peligros físicos reales.

Estos “traumas ocultos”, como la negligencia de los cuidadores y la incapacidad de satisfacer las necesidades emocionales del niño, conducen a un cierre de las respuestas emocionales naturales. Sin la capacidad de responder de manera saludable, los niños pierden oportunidades cruciales para aprender a regular sus emociones, calmarse e interactuar armoniosamente con los demás.

En algunos hogares, expresar necesidades o emociones puede considerarse peligroso, ya que impide que los niños desarrollen confianza en sí mismos o en los demás. Un trauma adicional puede hacer que esta situación sea aún más compleja.

Para adaptarse y sobrevivir a estas circunstancias adversas, los niños que son víctimas de abuso y abandono emocional severo desarrollan estrategias de supervivencia que a menudo se convierten en mecanismos automáticos e invisibles en la vida adulta. Estas estrategias pueden llevar a las personas a ignorar sus emociones y necesidades fundamentales, haciéndolas sentir devaluadas y olvidadas.

En la edad adulta, muchos continúan viéndose a sí mismos desde la perspectiva de quienes los lastimaron, perpetuando el ciclo de autodesprecio y abandono. Esta realidad resalta la importancia de reconocer y abordar las cicatrices que deja el abuso emocional, para que podamos sanar y construir un futuro más saludable y amoroso para nosotros mismos.